lunes, 9 de junio de 2008



El cariño de una flor roja

El reducido tallaje de su pecho,
oprimía su humano afecto, el de un corazón exorbitante.
En su ímpetu de latir holgado decidió entregarse.
Porque siempre habría alguien con permanente o intermitente asfixia.
Alguien a quien deshollinarle unos ojos oscuros,
o colgarle el Alma desprendida.
Llenar huecos…
vacíos de Amor perdidos en la órbita del desengaño.
Era precisa su entrega.
Porque siempre es posible vencer frágiles temores
con el arrullo de un corazón desprendido.
A pesar de los gemidos que le causan el dolor impenetrable,
aquél que tan sólo Dios percibe.
Pero él siguió misionero más allá de su tierra,
donde el hambre quemaba esparciéndose como las llamas.
Y las enfermedades se pegaban como juegos de niños
a quienes luego aniquilaban.
Su vocación decisiva transmitió felicidad por sus venas alimentándole la fuerza.
Porque siempre hay un anciano, con o sin recuerdos,
al que se le pueda leer un verso.
O, un niño desventurado, a quien rememorarle su sonrisa.
Por ello, su alma se expandió más allá de un sólo grito…
Porque siempre habría alguien con permanente o intermitente asfixia,
que necesitase, como la vida,
el cariño de una flor roja.

Madrid, 9 de junio de 2008
Cristina Garcia Barreto

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